Dormí genial, supongo que bien cuidada por la pareja que custodió nuestros sueños esa noche en Cesky Krumlov.
En el sótano nos esperaba un desayuno completísimo, música de relax y luces suaves, perfecto para empezar una mañana que iba a ser muy slow.
Nuestro tren de vuelta a Praga salía a las 15 así que tras dejar las mochilas a buen recaudo en recepción, salimos hacia el río. Habíamos pensado volver al castillo pero la cantidad de gente que había ya temprano nos hizo cambiar de idea. Así que paseamos siguiendo el curso del Moldava sin prisa, tomamos cafés riquísimos y paramos en todas las tiendas preciosísimas que encontramos.
Con mis imanes de unicornios sobrevolando montañas de mil colores salimos de la Galerie Marie y no sé muy bien cómo acabámos en el Wax Museum, el museo de cera de la pequeña Cesky. Un paseo por la historia del país, escenas de antiguos oficios y figuras de ilustres checos acompañados por los que siempre están en los museos de cera: Ghandi, Michael Jackson o Juan Pablo II.
Era casi la una por lo que fuimos a recoger el equipaje y a despedirnos de Mr. Lee, caminando volvimos a la estación de tren, cruzándonos a cada paso con otros que llegaban para descubrir este entrañable lugar. A nosotros nos esperaba otra sorpresa, la encantadora señora del bar situado enfrente de la estación. Sin saber qué pedíamos nos trajo los mejores platos que comimos en todo el viaje, apuntándolo todo en un cartón y con una divertida sonrisa fue el final perfecto para una escapada genial.
Volvíamos a la capital, en el tren hacía bastante calor y no tardé en quedarme medio dormida. Apenas nos quedaba un día de viaje pero no podía irme de Praga sin visitar dos de mis imprescindibles. Pero eso ya es otra historia